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[ 44 ] gre de su» hijos, siempre a salvo déla de los verdaderos interesados. § 33—Persecuciones Después de este hecho subió de punto la insolencia, i la arbi trariedad de los sostenedores de la constitución i de los partida rios del órden i defensores de ¡u lei. Era un imperdonable delito com padecer siquiera al perseguido i reputarle inocente. Cuando llegó a Cali la noticia del acontecimiento de Huilqui- pamba, i con ella la de que Obando estaba en la precisa alternativa de morir en el banquillo o perecer de hambre en la montaña, si tiado en ella por dos mil hombres, dije en mi casa a los doctores Do mingo Aráos i Fernando González que me la comunicaban, que “lo “sentía muchísimo por que era inocente, pues en mi concepto, en la “obscuridad de los salones .del gabinete de Márquez era en donde “se habia resuelto por miras políticas aquella atroz persecución”. Al dia siguiente [no sé quién me denunciaría, pues los dos eran inca- pazes de esta bajeza ] se me apareció Aráos, apesar de una cruel en fermedad que llevaba, a advertirme que a él i a González se les ha bía llamado para declarar en una causa criminal que se me seguía por aquellas palabras, i que huyese; i tuve ya mi causa criminal acues tas. No estaba definido mi crimen por ninguna lei preexistente, ni podia estarlo, i yo sinembargo debia huir: no se hallaban ni podian hallarse, mis palabras calificadas de delito por ninguna lei anterior a ellas, i yo debia huir como huye un criminal: nadie hallaba ni podia hallar mi delito en ninguno de los volúmenes de nuestra iejislaciwn pe nal, pero yo debia abandonar el asilo doméstico por que esas pala bras estaban ministerial i secretamente proscriptas. Salí, pues, i an duve algunos meses huyendo de los defensores del libro de las garan tías, por falta de garantías, hasta que se me dijo que ya tenian miedo por que toda la república se habia levantado, i volví a mi casa. Na da les importaban los crímenes, lo que les interesaba eran los hom bres, i “miéntrns que las maldades mas averiguadas [como dice Dau- “nou] permanecían impunes desde que se creían cometidas por la cau- “sa que se habia calificado de buena, las opiniones contrarias a las de “los gobernantes eran crímenes irremisibles.” Entonces pensaba yo que Obando era inocente, por que veia que se le perseguía, no como la justicia persigue a un culpado, sino como la envidia, el fraude i la ambición han perseguido siempre i en todas partes a la inocencia. Si yo me hubiera equivocado en aquel juicio, la culpa habría sido de los que empleaban semejantes medios para perseguirle. Entonces pensé que era inocente por lo que dejo dicho: hoi lo creo por las pruebas que tengo.