6 LIBRO I. DHL ARTE junto á él se ponía: señal cierta del mal que hfi dicho , y que los mineros experimentados y cuer- . dos observan , y todos deben advertir. CAPITULO III. Del conocimiento de las tierras ¡sor el sabor. JRl que profesa el arte de Ies metales , no juzgue por excusada diligencia ninguna que pueda ocasionarle su mayor ceno-cimiento. No da menor noticia de ia pureza ó nuzcla de la tierra la experiencia del gus to , que el sentido del olfato. La tierra pura no tie ne sabor ninguno , y tienelo de ordinario malo la que está mezclada con cosas minerales; porque apenas hay alguna que se libre de adustion , y tod3S son secas; y el fundamento de la dulzura ó buen saber, con siste en la humedad. Y pues la tierra que tuviere esta mixtión , está muy dispuesta á tenerla también de co sas mítalicns, no dexe el minero curioso de hacer sus pruebas, teniendo por principio asentado y cierto, co mo lo es , que no se cria menos el oro y la plata, y demás metales debaxo de forma de tierras , que lla man Llampos, que en las piedras ó corpei ja , en el modo de hablar entre mineros de este rcyno. Imprí mense fácilmente los sabores de las tierras en el agua pura 9 sj en algún vaso se detienen juntas, y mas si te (es ayuda con el calor del fuego , dándoles uno ó dos hervores ; y probándola después , juzgará el gusto la mezcla ó xugo que contiene ; y quien quisiere ade lantar esta experiencia , podrá dividirlo y sacarlo á par te visible y palpablemente , como se dirá en su lu gar , tratando de la preparación de los metales, pa» i beneficiarlos,