—20— Llegó, por último, uno que al escuchar la pregunta del Rey, desgajó una rama de un árbol, y trayendo con ella hácia sí el objeto á que aquel" aludia, lo sacó del agua: Es media naranja, Señor, contestó entonces.— Tú serás, dijo el Rey, quien sentencie la causa, y la puso á su cuidado. No debemos pasar por alto una cosa que entusiasma á algunos y asusta á otros de los muchos que visitan los jardines del Al cázar. Nos referimos á un juego de aguas que hace brotar de repente entre los ladri llos de los paseos, gran cantidad de salta dores, que formando prismas con los rayos del sol poniente, causan bellísimo efecto y parecen otros tantos movedizos penachos de brillantes. También hay un laberinto de arrayan, caro á los niños, que los atrae y asusta co mo todo lo misterioso. Day otra cosa en estos jardines, que sin ser cosa artística ni régia, sin recuerdo his tórico y sin ayuda del tiempo ni del hom bro, encanta y admira, y es los rui-señores que no buscan recuerdo ni bellezas, sino verde hojarasca. No podemos concluir de hablar del Al cázar, sin dedicar un recuerdo á este hués ped de sus jardines, porque él á su vez nos