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pintura animada del pais en sus relaciones físicas y morales, según se hallaba en tiempo de la con quista, y en ese período de transición en que que • dó por primera vez sujeto a la influencia europea. La concepción de una obra en aquel siglo, y con arreglo a un plan tan filosófico, que nos recuerda el de Malte-Brun en nuestros dias, parva componerc magnis, demuestra por sí misma lo vasto del talen to de su autor. Era esta tarea sumamente difícil cuando aun no había camino abierto a las inves tigaciones del anticuario, ni podía recurrirse a las noticias del viaje, ni a las medidas del explorador científico. Sin embargo, las distancia de un punto a otro están cuidadosamente señaladas por el inje- nioso compilador, y el aspecto de las diferentes poblaciones y sus caracteres particulares descritos con suficiente precisión, atendida la naturaleza de los obstáculos que tuvo que vencer. Además, la ejecución literaria de la obra es altamente reco mendable, y su estilo a veces rico y pintoresco. El autor describe las grandes y magnificas escenas de las cordilleras con una sensibilidad que etnbe- leza y que no se encuentra muchas veces en el desabrido topógrafo, y menos todavía en el tosco conquistador. Cieza de León pasó al Nuevo-Mundo, según él mismo nos dice, a la edad de trece años. Pero hasta el tiempo de Gasea no hallamos su nombre entre los actores de las animadas escenas de la guerra civil, en que acompañó al presidente con tra Gonzalo Pizarro. StrCrónica, o a lo menos sus notas para ella, fueron compiladas en el tiempo que pudo robar a sus mas turbulentas ocupacio nes, y al cabo de diez años de haberla emprendi do, en 1550, completó la primera parte (que es todo lo que tenemos) cuando el autor llegaba a cumplir treinta y dos años. Esta primera parte apareció en Sevilla en 1553 y un año después en Amberes; y una traducción italiana impresa en Roma en 1555 demuestra la rápida celeridad de la obra. La edi ción de Amberes, que es una de las usadas por mí en esta historia, tiene la forma de 12.°; está esce- lentemente impresa y adornada con grabados en madera, en que el demonio (porque el autor tenia mucho de la credulidad de los antiguos) con su acostumbrado acompañamiento fantasmagórico se aparece frecuentemente en figura corporal. En el prólogo | Cieza anuncia su propósito de conti nuar la obra publicando otras tres partes para des cribir la antigua historia del pais en tiempo de los Incas, su conquista por los españoles, y las gue rras civiles que siguieron. Inserta también con curiosa minuciosidad los epígrafes de varios libros de su proyectada historia. Pero la primera parte, como ya he dicho, es la única-que se completó; y el autor habiendo vuelto a España, murió en este pais en 1560, a la prematura edad de cuarenta y dos años, sin haber realizado parte alguna del magnífico plan que con tanta confianza se trazara. Mui sensible es esta falta, atendiendo el talento del autor y las ocasiones que tu vo de hacer obser vaciones personales. Pero hizo ya bastante para merecer nuestra gratitud. Con su animada descrip ción de la naturaleza y de sus escenas en toda su frescura, tales como se presentaban a sus ojos, nos ha dado el terreno para la pintura histórica, el paisaje, digámoslo asi, en que los hombres de aquel tiempo pueden ser mas fielmente retratados. Habría sido imposible dar tan exactamente la an tigua topografía del pais en una época mas moder na, cuando lo antiguo ha desaparecido, y cuando el conquistador, derribando las barreras de la an tigua civilización, ha borrado muchas de las se ¬ ñales que mostraban el aspecto físico del pais co mo existia en tiempo de los Incas. LIBRO V. CAPITULO 1. Gran sensación en Espala.—Pedro de la Gasea.—Primera época de su vida.—Su misión al Perú.—Su política conducta.— Sus ofertas a Pizarro.—Gana la escuadra. 1515—1547. Mientras ocurría en el Perú la importante revo lución referida en las anteriores pájinas, solian llegar de cuando en cuando a la metrópoli rumo res de lo que pasaba; pero la distancia era tanta y las comunicaciones tan escasas, que las noticias llegaban muchísimo tiempo después de haber ocurrido los .sucesos a que se referian. El gobier no supo con desaliento las turbulencias causadas por el código de Indias y la precipitada conducta del virei, y poco después tuvo noticia de que este funcionario había sido destituido y espulsado de la capital, en tanto que todo el país a las órdenes de Gonzalo Pizarro se había sublevado contra él. Todas las clases se llenaron de consternación al saber tan alarmantes nuevas, y muchos que antes habian aprobado altamente ¡as ordenanzas, con denaron a los ministros, que sin considerar el ca rácter inflamable de aquel pueblo, habian arroja do imprudentemente en medio d<* él una tea que amenazaba producir una esplosion jeneral en todas las colonias (1). Rebelión semejanle no había ocu rrido jamás en los dominios españoles. Fué com parada con la famosa guerra de las comunidades a principios del reinado de Carlos V; pero la in surrección peruana parecía aun mas formidable. Las turbulencias de Castilla, siendo a la vista de la córte, podían comprimirse fácilmente: pero era difícil hacer sentir el mismo poder en las remotas playas de las Indias. El principio de atracción que unia al Perú (pais situado a orillas del remoto mar Pacífico) coii la madre patria era tan débil, que esta colonia podía en cualquier tiempo y aun con menor impulso del que entonces recibía sepa rarse de la órbita política de España. Parecía que la diadema imperial estaba a punto de perder la mas hermosa de su joyas. Tal era el estado de las cosas en el vereno de 1545, hallándose Cárlos ausente en Alemania, ocu pado en sosegar las turbulencias relijiosas del im perio. Hallábase el gobierno en manos de su hijo, que bajo el nombre de Felipe II, debía en breve empuñar el cetro de la mayor parte de los dominios de su padre, y que entonces residía con la córte en Valladolid. Felipe reunió un consejo de prela dos jurisconsultos y militares de grande esperien- cia y reputación, a fin de deliberar sobre las medi das que debían adoptarse para restablecer el ór- (1) «Que aquello era contra una cédula que tenían del emperador que les daba el repartimiento de los in dios de su vida, y del hijo mayor, y no teniendo hijos a sus mujeres, con mandarles espresamente que se casasen, como lo habian ya hecho los mas de ellos; y que también era contra otra cédula real que ninguno podía ser despojado de sus indios sin ser primero oido en justicia y condenado.» Historia de D. Pedro Gasea, obispo de Sigiienza, M. S.