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— 22 — quista, V él era la recompensa a que aspiraba en cambio' de una vida de trabajos y peligros. El aventurero del Perú alimentaba su tosca y munda na imajinacion mas bien con doradas visiones que con visiones de gloria, y menos de gloria celestial. Pizarro no se elevó sobre los de su raza ni bajo el punto de vista intelectual, ni bajo el punto de vista moral. De su historia no se deduce que tuviese gran penetración ni mucho vigor de comprensión: es la obra de un soldado que refiere sencillamente los hechos sangrientos que la componen. Su valor consiste en que las escenas están narradas por uno de los actores; y esto para el historiador moderno la hace mas preciosa que las mejores producciones de segunda mano. Es el tosco mineral que some tido al procedimiento regular de refinamiento y purificación, puede recibir el sello que le hace ap to para la circulación jeneral. Otra autoridad, a quien algunas veces me he re ferido, y cuyos trabajos todavía yacen manuscri tos, es el licenciado Fernando Montesinos, el re verso en todos conceptos del cronista militar de quien acabo de hacer mención. Montesinos floreció como cosa de un siglo después de la conquista, y el valor de sus escritos como autoridad para hechos históricos, depende esclusivamente de la mejor oportunidad que tuvo para consultar documentos orijinales. Pero en esto sus ventajas eran grandes. Fue enviado dos veces al Perú con un empleo que le obligó a visitar las diferentes partes del pais; y en el desempeño de sus dos comisiones empleó quince años, de modo que al paso que su posición le daba acceso a los archivos coloniales y a los de pósitos literarios, podia comprobar sus investiga ciones con alguna estension mediante su observa ción del pais. Resultado de ellas fueron sus dos obras histó ricas tituladas, la una Memorias antiguas historiales del Perú, y la otra Anales; citadas algunas veces en estas pájinas. La primera comienza desde los pri meros tiempos de la historia del pais, tiempos en realidad demasiado antiguos, pues se remontan hasta el diluvio. La primera parte de ella está prin cipalmente destinada a demostrar la identidad del Perú con el dorado Ofir del tiempo de Salomón. Esta hipótesis, que no es orijinal en el autor, pue de dar una nocion bastante exacta de su carácter. En el curso de su obra sigue la línea de los princi pes Incas, cuyas hazañas y nombres no coinciden ( .on el catálogo de Garcilaso; circunstancia, sin J mbargo, que está mui lejos de probar su inexac- ! tud. Pero el que lea los absurdos cuentos referi- i'os en el grave tono peculiar de Montesinos que * articipaba en gran manera de la credulidad y afi ción a lo maravilloso, propias de siglos menos ilus trados, no vacilará en darles el crédito que me recen. Lo mismo se advierte en sus Anales, dedicados esclusivamente a referir la historia de la conquis ta. Aquí en verdad el autor, después de haber re montado su vuelo por nebulosas rejiones, descien de a tierra firme, donde no son de esperar groseras faltas de verdad, o por lo menos de verosimilitud. Pero el que tenga ocasión de comparar su historia con la de los escritores contemporáneos, encon trará frecuentes motivos de desconfiar de ella. Sin embargo, Montesinos tiene un mérito, y es el de haber tenido a la vista en sus estensas investiga ciones muchos instrumentos orijinales, algunos de los cuales ha trasladado a sus pájinas, que con di ficultad habrían podido encontrarse en otra parte. Algunos de los ilustrados compatriotas han re comendado sus escritos como producto de dilijen- tes investigaciones y minuciosos informes; pero mi propia esperiencia no me conduce a ponerlos en elevado lugar como testimonios históricos, pues no me parecen dignos de grande elojio ni por Ja exactitud de los hechos ni por la sagacidad de las reflexiones. El espíritu de fría indiferencia con que mira los padecimientos de los indíjenas es odioso, y tiene menos disculpa en un escritor del siglo XVII que tendría en uno de los primitivos conquistadores, cuyas pasiones estaban inflamadas por largas y constantes hostilidades. Mr. Ternaux- Compans ha traducido las Memorias antiguas con su acostumbrada elegancia y precisión en su co lección de documentos orijinales relativos a la his toria del Nuevo Mundo. En su prólogo promete trasladar mas adelante los Anales: no sé si lo habrá hecho; pero creo que este escelente traductor en contrará materia mejor para sus trabajos en algunos de los manuscritos que posee, pertenecientes a la rica colección de Muñoz. LIBRO IV. GUERRAS CIVILES DE LOS CONQUISTADORES. CAPITULO I. Marcha de Almagro a Chile.—Padecimientos de sus tropas. — Vuelve y se apodera del Cuzco.—Acción de Abancay.- Gaspar de Espinosa.—Almagro sale del Cuzco.—Negociaciones con Pizarro. 1535—1537. Mientras ocurrían los acontecimientos mencio nados en el capitulo anterior, el mariscal Almagro estaba ocupado en su memorable espedicion a Chi le. Rabia salido, como hemos visto, con solo una parte de sus fuerzas, dejando a su teniente para que le siguiese con el resto. En las primeras jor nadas se aprovechó del gran camino militar de los incas, que se estendia a lo lejos por la llanura há- cia el Sur; pero al acercarse a Chile se encontró empeñado en los desfiladeros de las montañas, donde ningún vestijio de camino se descubría. Allí impedían su marcha todos los obstáculos pro pios de la aspereza y escabrosidad de las cordille ras: profundos y escarpados barrancos, cuyos la dos rodeaba un estrecho sendero, capaz solamente para cabras, y que subia serpenteando hasta las alturas que dominaban aquellos horrendos pre cipicios; rios que caían con furia por los declives de las montañas formando espantosas cataratas y hundiéndose en el profundo abismo; negros bos ques de pinos, que parecían no tener fin, y des pués largos páramos sin el menor arbusto que pu diera poner a cubierto al atrevido viajero de la brisa penetrante que despedían las heladas cimas de la sierra. El frió era tan intenso, que muchos perdieron las uñas de los dedos, los dedos mismos, y a veces los miembros. Otros cegaron a consecuencia de la reberveracion de la nieve que reflejaba los rayos de un sol intolerablemente brillante en la delgada atmósfera de aquellas elevadas rejiones. El ham bre vino, como de costumbre, en pos de esta serie de calamidades; porque en aquellas tristes soleda des no se advertía vejetacion que pudiera bastar para el alimento del hombre, ni se veia ser alguno