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— 19 — todos los suyos víctima del furor de los insurjeu- les. Asaltábales entonces el terrible pensamiento de si estarían solos en aquella tierra, lejos de todo socorro humano y destinados a perecer entre las montañas a manos de los bárbaros. Sin embargo, la situación de las cosas, aunque triste en eslremo, no era tan desesperada como la imajinacion de los sitiados en el Cuzco la pintaba. La insurrección, en efecto, había sido jeneral, a lo menos en los puntos del pais ocupados por los es pañoles, y tan bien concertada, que estalló casi si multáneamente, y los conquistadores que vivían confiadamente en sus tierras, fueron asesinados en número de algunos centenares. Un ejército indio se presentó delante deXauxa, y otro considerable ocupó el valle de Itimac y puso sitio a Lima. Pero el pais que rodeaba esta capital era abierto y llano, y mui favorable por tanto para las manio bras de la caballería. Pizarro, no bien se vió ame nazado por aquella multitud hostil, envió contra los peruanos la fuerza suficiente para ponerlos prontamente en fuga como se ejecutó, y aprove chándose de esta ventaja logró castigarlos tan seve ramente, que si bien continuaron manifestándose en las lejanas cumbres y cortando las comunica ciones con el interior, no se atrevieron a pasar al otro lado del Rimac. Las noticias que entonces recibió Pizarro acer ca del estado del pais le llenaron de zozobra. Te mía particularmente la suerte que podía haber ca bido a la guarnición del Cuzco, e hizo repetidos esfuerzos para socorrer aquella capital. Envió en diferentes ocasiones cuatro distintos destacamen tos compuestos en su totalidad de mas de cuatro cientos hombres y mandados por algunos de sus mas valientes oficiales; pero ninguno consiguió llegar al punto de su destino. Los astutos indios les dejaban adelantarse por lo interior del pais hasta que habian penetrado bastante en los intrin cados |>asos de las cordilleras; entonces les envol vían con sus superiores fuerzas, y ocupando las alturas, descargaban sobre ellos una lluvia de ar mas arrojadizas, o les aplastaban bajo las rocas que hacían rodar desde sus montañas. De algunos destacamentos no quedó un solo hombre con vida, y de oíros solo algunos pocos fujitivos volvieron a Lima con la noticia de su sangrienta derrota (1). La consternación de Pizarro no tenia límites. Aco sábanle los mas tristes presentimientos sobre la suerte de los españoles dispersos en lodo el pais, y aun dudaba que él mismo pudiera mantenerse en su posición sin auxilio estenor. Despachó un bu que a la inmediata colonia de Truxillo, con orden para que los colonos abandonasen aquel punto con lodos sus efectos y fuesen a reunirse con él a Lima. Afortunadamente no se adoptó esta medida. Mu chos de los suyos querían aprovecharse de los bu ques anclados en el puerto para huir y refujiarse en Panamá; pero Pizarro no quiso dar oidos a es tos consejos egoístas que envolvían la perdición y el abandono de los valientes que quedaban en el (1) Záfate, Conq. del Perú, lib. IV, cap. V.—Herre ra, Hisl. gen. dec. V, lib. VIII, cap. V.—Garcilaso, Com. Real, parte II, cap. XXVIII. Según el historiador do los Incas, murieron en es tas espediciones cuatrocientos setenta españoles. Gie- za de León calcula el número de cristianos que pere cieron en esta insurrección en setecientos, y añade que muchos de ellos fueron muertos con mucha cruel dad. (Crónica, cap. LXXXI). Este cálculo, considerando la estension y el espíritu de la sublevación, no parece exajerado. interior, y que todavía esperaban de él protección y ayuda; y para frustrar de una vez las esperanzas de los tímidos, despachó con diferentes comisiones a todos los buques que tenia en el puerto. Por ellos envió cartas a los gobernadores de Panamá, Nicaragua, Guatemala y Méjico manifestándoles el triste estado de sus negocios e invocando su au xilio. Se ha conservado su epístola a Alvarado, que en tonces se hallaba establecido en Guatemala. Ape laba en ella a su honor y patriotismo para que le auxiliase, y rogábale que lo hiciera antes que fue se demasiado tarde. Decíale además que sin ser socorridos los españoles no podrían sostenerse en el Perú, y que la corona de Castilla perdería aquel grande imperio. Por último, le ofrecía parteen los resultados de las conquistas que pudiesen hacer reunidos (1). Tales concesiones hechas ai hombre a quien dos meses antes hubiera querido Pizarro echar del pais casi a cualquier precio, prueban hasta la evidencia lo crítico de su situación. El so corro tan ardientemente solicitado llegó a tiempo, no de apagar la insurrección de los indios, pero sí de ayudar a Pizarro en una contienda igualmente formidable con sus propios compatriotas. Llegó ol mes de agosto. Mas de cinco meses ha bian transcurrido desde que principiara el sitio del Cuzco, y todavía las lejiones peruanas perma necían acamparlas alrededor de la ciudad. El sitio había durado mucho mas de lo que se acostumbra ba en la táctica de los indios, y mostraba lo re suello que se hallaban estos a estorminar a los blancos. Pero los mismos peruanos se habian vis to por algún tiempo aflijidos por la falta; de provi siones. No era empresa fácil mantener tan nume rosa hueste, y el recurso de los almacenes de gra no, con tanta previsión preparados por los Incas, les sirvió de poco, pues los españoles en su pri mera ocupación habian consumido y aun disipado pródigamente gran parte de ellos (2). Había llega do la estación de la siembra, y el Inca conoció que si sus súbditos abandonaban este cuidado, no lardaría en caer sobre ellos otra plaga todavía mas formidable que la de los invasores. Por tanto, dis persó la mayor parte de sus fuerzas, mandándoles que se retirasen a sus hogares, y que luego que los trabajos del campo estuviesen terminados, vol viesen a continuar el bloqueo de la capital. Pie- servóse, sin embargo, para guardar su persona una fuerza considerable, con la cual se retiró a Tambo, punto mui fuerte, situado al sur del valle de Yu- cay, y que había sido residencia favorita de sus antecesores. Apostó también un gran cuerpo de observación a las inmediaciones del Cuzco para vijilar los movimientos del enemigo e interceptar los socorros. Los españoles vieron con júbilo disiparse aque lla hueste poderosa que por tan largo tiempo había tenido rodeada la ciudad. Apresuróse Hernando Pizarro a aprovecharse de las circunstancias para enviar partidas que esplorasen el paisy trajesen víveres a sus hambrientos soldados; y en esto tuvo tal suerte, que en una ocasión entraron con segu ridad en el Cuzco no menos de dos mil cabezas de (1) «E crea V. S. si no somos socorridos se perde rá el Cuzco, que es la cosa mas señalada y de mas im portancia que se puede descubrir; e luego nos perde remos todos; porque somos pocos e tenemos pocas ar mas, e los indios están atrevidos., «Carta de Francisco Pizarro a don Pedro de Alvarado desdo la ciudad de Los Reyes, 29 de julio de 1536, M- S. (2) Óndegardo, Reí. prim. y seg., M. SS..