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— 10 — resultados, fue buena prueba el pequeño número de aventureros que se prestaron a seguirle y el ser estos de la mas baja ralea. Pero las promesas de Pizarro se habían reali zado ya. No eran relaciones de riquezas las que reclamaban el crédito de los españoles; era el oro mismo desplegado con profusión ante sus ojos. Todas las miradas se volvieron entonces hacia el Occidente. El gastador perdido vió en el Nuevo Mundo el medio de rehacer su fortuna tan pronto como la había arruinado; el mercader, en vez de buscar los preciosos artículos del Oriente, convirtió su atención en dirección opuesta prometiéndose mayores ganancias en unos países donde las cosas mas comunes se pagaban a tan exorbitantes pre cios; el soldado deseoso de ganar gloria y riquezas con la punta de su lanza, pensó encontrar vasto campo para sus proezas en las altas llanuras de los Andes. Hernando Pizarro vió que su hermano ha bía juzgado acertadamente concediendo el permiso de volver a su pais a todos los que lo solicitaran, seguro de que las riquezas que en España mostra sen, llevarían a sus banderas diez hombres por cada uno de los que las abandonaban. En poco tiempo se vió Hernando a la cabeza de una de las mas numerosas y bien surtidas escua dras que probablemente habían salido de las cos tas de España desde la gran flota de Obando en tiempo de Fernando e Isabel. Poco mas afortunada que aquella fue esta otra escuadra, pues apenas había salido al mar cuando una violenta tempestad la obligó a retirarse de nuevo al puerto para reme diar sus averías. Al fin logró cruzar el océano y llegó con felicidad al pequeño puerto de Nombre de Dios. Pero no se habían hecho preparativos pa ra su llegada, y como Hernando tuviera que dete nerse allí algún tiempo antes de poder pasar los montes, sus tropas padecieron mucho a causa do la escasez de víveres, la cual fué tanta que hasta las cosas mas dañosas llegaron a servirles de alimen to, y muchos gastaron sus pequeños ahorros para procurarse una miserable subsistencia. Las enfer medades como sucede de ordinario siguieron in mediatamente al hambre, y muchos de los desdi chados aventureros, no podiendo resistir los ardo res del clima a que no estaban acostumbrados, perecieron a las puertas mismas del pais a donde iban a buscar fortuna. Esta es la historia de la mayor parte de las em presas de los españoles. Unos pocos, mas venturo sos que los demás, encuentran inesperadamente alguna rica presa, y centenares de ellos atraídos por la fortuna de los primeros se apresuran a se guir el mismo camino. Pero la rica presa que esta ba en la superficie ha desaparecido ya en manos de los que la descubrieron, y los que vienen des pués tienen que ganar sus riquezas a fuerza de lar gos y penosos trabajos. Muchos, perdido el ánimo y el dinero, vuelven disgustados a su pais natal, otros no quieren volver y mueren desesperados encontrando su tumba donde pensaban encontrar riquezas. Sin embargo, no sucedió así con todos los que siguieron a Hernando Pizarro. Muchos de ellos cruzaron con él el istmo de Panamá y llegaron a tiempo al Perú donde en las vicisitudes de las con tiendas revolucionarias algunos alcanzaron pues tos de provecho y distinción. Uno de los primeros que llegaron al Perú fué un emisario enviado por los ajentes de Almagro para anunciarle las impor tantes concesiones que le habia hecho la corona. Almagro recibió la noticia justamente al hacer su entrada en el Cuzco, donde fué recibido con todo respeto por Juan y Gonzalo Pizarro que en cum plimiento de las órdenes de su hermano le entrega ron inmediatamente el gobierno de la capital. Pero Almagro se envaneció muchísimo al verse coloca do por su soberano en un mando independiente del hombre (fue tan profundamente le habia agra viado: y así declaró que en el ejercicio de la auto ridad en que se hallaba constituido no reconocía ya superior. En estas ideas de altivez le confirma ron varios de sus soldados insistiendo en que el Cuzco caia hacia el Sur del territorio concedido a Pizarro: y que por consiguiente estaba compren dido en el suyo. Entre los que sostenían estas ideas habia muchos de los que llegaron con Al- varado, jente que, aunque de mejor condición que los soldados de Pizarro, estaban muchísimo menos disciplinados, y que bajo el mando de aquel jefe poco escrupuloso habian adquirido un espíritu de desenfrenada licencia (1). Estos no tenían conside ración ninguna con los indios; y no contentos con los edificios públicos se apoderaban cuando les pa recía de los particulares, apropiándose sin cere monia cuanto contenían, y mostrando en suma tan poco respeto a las personas y a las propiedades como si la plaza hubiera sido tomada por asalto (2). Mientras pasaban estos acontecimientos en la antigua capital del Perú, el gobernador continua ba en Lima, donde le alarmaron mucho las noticias que recibió de los nuevos honores concedidos a su socio. No sabia que habia sido estendida su propia jurisdicción hasta setenta leguas mas hácia el Sur, y sospechaba lo mismo que Almagro, que la capital de los Incas no habia de estar compren dida en los limites de su territorio. Vió todo el mal que podia resultarle de que tan opulenta ciu dad cayese en manos de su rival, dándole de este modo medios abundantes para satisfacer su codicia y la de sus soldados; y conoció que en tales cir cunstancias no era seguro permitir que Almagro tomase posesión de un poder a que todavía no tenia lejítimamente derecho; porque los pliegos que contenia la concesión se hallaban aun en Pa namá en poder de Hernando; y lo único que habia llegado al Perú era un estracto de ellos. Por tanto, envió sin pérdida de tiempo instruc ciones al Cuzco para que sus hermanos volviesen a encargarse del gobierno, y prohibió a Almagro el desempeñar sus funciones, fundándose en que debiéndose recibir después sus credenciales, no seria decoroso que al tiempo de recibirlas se ha- (1) En punto a disciplina presentaban estos soldados un notable contraste con los conquistadores del Perú, si hemos de creer a Pedro Pizarro, el cual asegura que sus compañeros no se hubieran propasado a tomar una mazorca sin licencia de su jefe. «Que los que pasa mos con el marqués a la conquista no ovo hombre que osase lomar una mazorca de mahiz sin licencia.» Des- cub. y Conq., M. S. (•2) «Se entraron de paz en la ciudad del Cuzco y los salieron todos los naturales a rescibir y les tomaron la ciudad con todo cuanto havia de dentro llenas las casas de mucha ropa y algunas oro y plata y otras muchas cosas, y las que no estaban bien llenas las enchian de lo que tomaban de las demas casas de la dicha ciudad, sin pensar que en ello hacían ofensa alguna, divina ni humana, y porque esta es una oosa larga y casi incom prehensible, la dejaré al juicio de quien mas entiende, aunque en el daño rescebido por parle de los natura les cerca deste articulo yo s'é harto por mis pecados que no quisiera saber ni haver visto.» Conq. y Pob. del Pirú, M. S.