Volltext Seite (XML)
— 423 — nal, y dieron una vuelta a aquella mezquita ama gando al suelo con las manos a limpiar lo que por el estaba, de lo cual había poca necesidad porque los del pueblo le tenían bien barrido pa ra cuando entrase. Acabada de dar su vuelta pa saron todos juntos, y entró otro escuadrón de hasta mil hombres con picas sin yerros, tostadas las puntas, todos de una librea de colores, digo que la de los primeros era blanca y colorada, co mo las casas de un axedrez. Entrado el segun do escruadron entró el tercero de otra librea, to dos con martillos en las manos de cobre y plata, que es una arma que ellos tienen: y asi de esta manera entraron en la dicha plaza muchos seño res principales que venían en medio de los delan* teros y déla persona de Atabalipa. Detras de es tos, en una litera mui rica, los cabos de los ma deros cubiertos de plata, venia la persona de Ata- balipa, la cual traían ochenta señores en hombros todos vestidos de una librea azul mui rica, y él vestido su persona mui ricamentecon su corona en la cabeza, y al cuello un collar de esmeraldas grandes, y sentado en la litera en una silla mui pequeña con un coxin mui rico» En llegando al medio de la plaza paró, llebando descubierto el medio cuerpo de fuera; y toda la guerra que es taba en la plaza le tenían en medio, estando den tro hasta seis o siete mil hombres. Como el vio que ninguna persona salía a el ni parecía, tubo creído, y asi lo confesó después de preso, que nos habíamos escondido de miedo de ver su poder; y dió una voz y dijo, «Donde están estos?» A la cual- salió del aposento del dicho gobernador Pizarro, el Padre frai Vicente de Valverde, de la orden de los Predicadores, que después fué obispo de aque lla tierra, con la bribia en la mano y con él una lengua y asi juntos llegaron por entre la jente a poder hablar con Atabalipa, al cual Je comenzó a decir cosas de la sagrada escriplura, y que nues tro Señor Jesu-Cristo mandaba que entre los su yos no hubiese guerra ni discordia, sino todo paz, y que el en su nombre asi se lo pedia y reque ría, pues había quedado de tratar de ella el dia antes, y de venir solo sin jente de guerra. A las cuales palabras y otras muchas que el Frayie le dijo, el estubo callando sin volver respues- la; y tornándole a decir que mirase lo que Dios mandaba, lo cual eslaba en aquel libro que lleva ba en la mano escripto, admirándose en mi pa recer mas de la escriplura, que de lo escripto en ella: le pidió el libro, y le abrió y ojeó, mirando el molde y la Orden de él; y después de visto, le arro jó por entre la jente con mucha ira, el rostro mui encarnizado, diciendo, «Decidles a esos que ven gan acá, que no pasaré de aqui hasta que me den cuenta y satisfagan y paguen lo que han hecho en la tierra.» Visto esto por el Frayie y lo poco que aprovechaban sus palabras, tomó su libro, y aba jó su cabeza, y fuese para donde estaba el dicho Pizarro, casi corriendo y dijole. «No veis lo que pasa? para que estáis en comedimientos y requeri mientos con este perro lleno de soberbia, y que vie nen los campos llenos de Indios? Salid a él! Que yo os absuelvo.» Y ansi acabadas de decir estas palabras, que fué todo en un instante, tocan las trompetas, y parte de su posada con toda la jente de a pié que con él eslaba, diciendo, «Santiago a ellos!» y asi salimos todos a aquella voz a una, porque todas aquellas casas que salían a Ja plaza tenían muchas puertas, y parece que se hablan fecho a aquel propósito. En arremetiendo los de a caballo y ronpiendo por ellos todo fué uno, que sin matar sino solo un negro de nuestra parte, fueron todos desbaratados y Atabalipa preso, y la jente puesta en huida, aunque no pudieron huir del tropel, porque la puerta por do habian entra do era pequeña y con la turbación no podían salir; y visto los traseros cuan lejos tenían la acoxida y remedio dehuir, arrimáronse dos o tres mi) delio's a un lienso de pared, y dieron con él a tierra, el cual salió al campo porque por aquella parte no había casas, y ansi tubieron camino ancho para huir; y los escuadrones de jente que habian que dado en el campo sin entrar en el pueblo, como vieron huir y dar alaridos, los mas dellos fueron desbaratados y se pusieron en huida, que era cosa harto de ver que un valle de cuatro o cinco leguas todo iba cuajado de jente. En esto vino la noche mui presto, y la jente se recojió y Atabalipa se puso en una casa de piedra que era el templo del Sol, y asi se pasó aquella noche con gran regocijo y placer de la Vitoria que nuestro Señor nos había dado, poniendo mucho recabdo en hacer guardia a la persona de Atabalipa, para que no volviesen a tomárnosle. Cierto fué permisión de Dios y grand acertamiento guiado por su mano, porque si este dia no se prendiera, con la soberbia que trahia, aquella noche, fuéramos todos asolados por sel lan pocos, como tengo dicho, y ellos tantos, Pedro Pizarro, Descubrimiento y Conquista de los fíey- nos del Perú, M. S. Pues después de haber comido, que acabaria a hora de missa mayor, empeco a levantar su jente y a venirse hazia Caxainalca. ifechos sus esquadro- nes que cubrían los campos, y el metido en vnas andas empepo a caminar, viniendo delante del dos mil Indios que le barrían el camino por donde venia caminando, y la jente de guerra la mitad de un lado y la mitad de otro por los campos sin en trar en camino. Traía ansi mesmo al señor de Chin cha consigo en unas andas, que parescia a los su yos cossa do admiración, porque ningún Indio, por señor principal que fuese, avia de parescer delan te del sino fuese con una carga a cuestas y des calzo: pues era tanta la pateneria que traían de oro y plata que era cossa eslraña, lo que relucía con el sol. Venían ansi mesmo delante de Atabalipa muchos indios cantando y danzando. Tardóse este señor en andar esta media legua quehai dende los baños a donde él estaba hasta Caxainalca, dende ora de missa mayor, como digo, hasta tres oras antes que anochesciese. Pues llegada la jente a Ja puerta de la plaza, empecaron a entrar los esqoa- drones con grandes cantares, y ansi entrando ocu paron (oda la plaza por todas partes. Visto el Már quez don Francisco Picarlo que Atabalipa venia ya junto a la plaza, envió al Padre Fr. Vicente de Balverde, primero obispo del Cuzco, y a Hernan do de Aldana, un buen soldado, y a don Martini- 11o Lengua, que fuesen a hablar a Atabalipa, y a requerille de parte de Dios y del rei se subjeláse a la lei de nuestro Señor Jesu-Cristo, y al servicio de S. Mág., y que el marquez le tendría én lugar de hermano, y no consentiría le hizieseñ enojo ni daño en su tierra. Pues llegado que fué el padre a, las andas donde Atabalipa venia, le hablo y le <li- xo a lo que iva, y le predicó cossas de nuestra sancta ffee, declarándoselas la lengua. Llevava el padre un breviario en las manos donde leva lo que le predicaba: el Atabalipa se lo pidió y el cerrado se lo dió, y como le tuvo en las manos y no supo abrille, arrojóle al suelo. Llamó al Aldana que se llegase a el y le diese la espada, y el Aldana la sacó y se la mostró, pero no se la quiso dar. Pues