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el del ayuntamiento y otros edificios públicos cu yos cimientos se echaron en tan grande escala y con tanta solidez, que desafiaron después los ata ques del tiempo y en algunos casos hasta los mas violentos terremotos que en diferentes épocas han convertido en ruinas parte de aquella hermosa capital (1). Entre tanto Almagro, el mariscal, como le lla man comunmente los cronistas de aquel tiempo, habia marchado al Cuzco enviado por Pizarro para encargarse <lel mando de aquella capital y con instrucciones para emprender por sí mismo o por medio de sus capitanes, la conquista de los países situados hácia el Sur y que formaban parte de Chi le. Almagro desde su llegada a Caxamalca parecía haber moderado su sentimiento con Pizarro, o por lo menos habia procurado ocultarlo y consentido en servir a sus órdenes obedeciendo ál emperador qne asi lo habia dispuesto. En sus comunicacio nes habia tenido también la magnanimidad de ha cer honrosa mención de Pizarro, citándole como jefe deseoso de promover los intereses del gobier no. Sin embargo, no se fió de él tanto que descui dase la precaución de enviar un confidente que re cordase sus servicios en la espedicion que em prendió Hernando Pizarro para la madre patria. Este, después de haber tocado en Santo Domin go, llegó sin novedad a Sevilla en enero de 1534. Además del quinto real llevaba consigo por valor de medio millón de pesos en oro, y una gran can tidad de plata, propia de aventureros particulares, algunos de ios cuales satisfechos con sus ganan cias se habían vuelto a España en el mismo buque que él. La aduana se llenó de sólidas barras, vasos de diferentes figuras, imitaciones de animales, flores, fuentes y otros objetos ejecutados con mas o menos habilidad y todos de oro puro, con gran asombro de los espectadores que de las poblacio nes inmediatas vinieron en gran número a contem plar las maravillosas producciones del arte indio (2). Muchas de estas eran propiedad de la corona; y Hernando Pizarro, después de una corta estan cia en Sevilla, elijió algunas délas mejores y se partió para Calatayud donde estaba el emperador y donde se habían reunido las córtes de Aragón. Inmediatamente fue admitido a presencia del rei en audiencia particular. Estaba Hernando mas fa miliarizado con las córtes qne ninguno de sus her manos, y sus modales, cuando se hallaba en situa ciones en que necesitaba dominar la natural arro gancia de su carácter, tenían gracia y aun atracti vo. Refirió en tono respetuoso las aríiegadas aven turas de su hermano y de ]a pequeña tropa que le seguía, las fatigas qué habían sufrido, las dificul tades que habían superado, la captura del Inca pe ruano y su magnifico rescate. No habló de la muer te del desgraciado principe porque no tenia aun noticia de este trájieo suceso que ocurrió después do su partida del Perú. Estendióse en la pintura de la fertilidad del suelo, de la civilización del pueblo y desús adelantos en varias artes mecáni cas; en prueba de lo cual presentó las telas de lana y algodón y ios ricos ornamentos de oro y plata (1) Montesinos, Anales, M. S., año 4533. Los restos del palacio de Pizarro pueden descubrir se aun en el Callejón de Patateros, según dico Steven- son. autor cuyo libro es el que dá mejores noticias de Lima entre todos los modernos que he consultado. Re— sideneia en la América del Sur, tomo II, cap. VIH. (2) Herrera, Hist. general, dec. V, lib. VI, cap XIII. —Lista de todo lo que Hernando Pizarro trajo del Pe- rú, ap. M, S. de Muñoz, que llevaba. Los ojos del monarca brillaron de alegría al contemplar aquellos metales preciosos. Era demasiado sagaz para no conocer las venta jas de la conquista de un país tan rico en recursos agrícolas; pero las rentas procedentes de estos recursos, debían necesariamente irse aumentando con lentitud y tardar mucho en llegar a sus manos; nada tenia pues de estraño que oyese con mas sa tisfacción la noticia de las riquezas minerales encontradas por Pizarro, porque la lluvia de oro que tan inesperadamente caia sobre él, le propor cionaba el medio inmediato de llenar el tesoro imperial agotado a causa de sus proyectos ambi ciosos. No opuso dificultad por tanto en conceder lo que el afortunado aventurero le pedia. Todas las an teriores concesiones hechas a Francisco Pizarro y a sus asociados fueron confirmadas de la manera mas amplia; y los límites de la jurisdicción del go bernador fueron estendidos hasta setenta leguas mas allá hácia el Sur. No quedaron olvidados tampoco los servicios de Almagro, el cual recibió facultades para descubrir y ocupar el país hasta una distancia de doscientas leguas empezando des de el límite meridional del territorio de Pizarro (1). Cárlos, para mayor prueba de su satisfacción, se dignó además dirijir una carta a los dos jefes cum plimentándolos por sus proezas y dándoles gra cias por sus servicios. Este acto de justicia para con Almagro, hubiera sido altamente honroso a Hernando Pizarro, considerando la enemistad que reinaba entre ellos, sino le hubiera hecho necesa rio la presencia de los ajentes del mariscal en la córte; los cuales como ya se ha dicho estaban pron tos a suplir cualquiera falta que notasen en la re lación del enviado. Este, como es fácil presumir, no quedó sin re compensa de la rejia bondad. Diósele alojamiento como individuo de la córte, se le hizo caballero de Santiago, una de las órdenes mas estimadas de Es paña; recibió facultades para armar una escuadra y tomar el mando de ella; y se mandó a los ofi ciales de la corona en Sevilla que le auxiliasen en sus proyectos y falicitasen su embarco para las Indias (2). La llegada de Hernando Pizarro a España, y las- descripciones que sus compañeros de viaje hicie ron del Perú, causaron entre los españoles una sensación tal como no se habia visto nunca desde el primer viaje de Colon. El descubrimiento del Nue vo Mundo les habia dado esperanzas de poseer in finitas riquezas, esperanzas cuya falsedad habían demostrado casi todas las espediciones hechas des- pues. La conquista de Méjico, aunque escitó la ad miración jeneral como hazaña brillante y maravi llosa, no había producido aun los resultados posi tivos y materiales que se habían pronosticado. Así las magnificas promesas de Francisco Pizarro en su reciente visita al país, no hallaron crédito entre sus compatriotas a quienes los repetidos chascos habian hecho incrédulos. De lo que únicamente estaban seguros era de las dificultades de la em presa; y de la desconfianza con que miraban sus (1) El pais que debia ocupar Almagro recibió en la real concesión el nombre de Nueva Toledo, así como el de Pizarro habia recibido el de Nueva Castilla. Pero esta tentativa para cambiar el nombre indio fue tan ineficaz como la primera, y el antiguo nombre de Chi- le designa todavía la estrecha lengua de fértil tierra entre los Andes y el Océano que se estiende hasta el Sur del gran continente. (?' Herr., loe. cit. 3